Con motivo de los festejos por el Día de los Cafés Porteños, el grupo cultural Los Notables organizó el encuentro Rituales de Café, una charla íntima con Liliana Heker en La Poesía. A través de historias y anécdotas, la escritora hizo un repaso por los cafés que marcaron su vida y su relación con la literatura. Se presentó, además, el concurso #MiNotableFavorito, vigente hasta el próximo domingo 30 de octubre.
Desde que Liliana Heker se mudó a San Telmo hace 29 años, la esquina de Chile 502 se convirtió en su segunda casa. “Hicimos de La Poesía el café de nuestro barrio, donde nos encontramos con nuestros amigos; el lugar al que venimos a usar la computadora cuando se corta la luz. Es un poco el hogar”, contó Heker durante el encuentro Rituales de Café organizado por Los Notables. Junto a Rubén Derlis, creador del Café La Poesía, Heker ofició de anfitriona en la cabecera de una gran mesa de desayuno y compartió los recuerdos de una vida íntimamente ligada al universo de los cafés. “Son lugares mágicos, privilegiados. La historia nuestra, de los porteños, pasa por los cafés. Yo mamé los cafés, viví en ellos”, afirmó y aceptó el desafío de contar su propia historia a través de los cafés. “Están absolutamente ligados a mi historia. Puedo privilegiar algunos por ciertas razones pero no quiero ser injusta con ninguno porque amé y amo profundamente los cafés”, confesó.
Antes del comienzo
Desde muy chica, cuando aún no sabía que quería escribir, Heker estuvo ligada afectivamente a los bares y cafés. A ese período, anterior a su acercamiento a la literatura, lo llama Prehistoria.
Su madre la mandaba a hacer las compras al almacén de Don Francisco, en la esquina de su casa en Almagro. “Pero sobre Bulnes, mi calle, había un lugar que, como maravillosamente dijo Discépolo, de chiquilina miraba de afuera: era el despacho de bebidas. Ahí no podía entrar -recordó Heker-. Ese lugar prohibido y tentador hoy es uno de los bares notables de Buenos Aires: el Boliche de Roberto, que era el hijo menor de Don Francisco”.
En esa prehistoria se originó, también, el ritual de ir al café después del cine. Los domingos a la tarde iba con sus padres a La Ideal: “Me tomaba un ice-cream y dos sándwiches triples, era algo extraordinario y hermoso”, detalló. Y con sus amigas, cuando salían del extinto cine Roca, iban a Las Violetas, “la confitería del barrio”. “Hablar de los cafés es hablar también de ciertas transformaciones bestiales que ocurrieron. Pero Las Violetas sigue manteniendo esa suntuosidad que nos fascinaba”, dijo Heker.
La historia: rituales de literatura y café
“En los ’60, en el café se discutía lo que importaba: política, ideología, literatura. Todo nos apasionaba, todo estaba vinculado. Quiero rescatar de todo ese tiempo la pasión, la convicción y la certeza de que uno podía modificar las cosas. De esa esperanza estamos hechos, o estamos enfermos, los de los ’60. Uno nunca se cura de haber sido joven y haber tenido una gran esperanza”, añoró la escritora. Y bromeó: “Yo soy absolutamente de los ’60, empecé en enero, muy prolija”.
Es que Heker recuerda la fecha exacta del comienzo de su Historia: fue el 22 de enero de 1960. Tenía 16 años, había mandado una carta a El Grillo de Papel, la revista que dirigían Abelardo Castillo, Arnoldo Liberman, Oscar Castelo y Víctor García. Castillo la llamó, se encontraron en Las Violetas y le propuso que fuera a las reuniones semanales de la revista. “Ahí empezó mi vínculo entrañable con los cafés y la literatura, que están absolutamente ligados”, afirmó Heker.
“Era una transgresora total, en mi casa estaban aterrados: tenía 16 años y todos los viernes a la noche me iba al Café de los Angelitos a encontrarme con artistas (Humberto Costantini; Roberto Santoro, gran poeta desaparecido que venía vestido de marinero porque estaba haciendo el servicio militar en la marina; Héctor Negro). Agradezco mis transgresiones, nunca me arrepentí de ninguna”, confesó la escritora. Después del café, iba a la librería y pedía los libros de los autores que había escuchado nombrar en las reuniones: Borges, Arlt, Sartre, Camus.
En abril de 1961, el grupo fundó El Escarabajo de Oro, luego de que la primera revista fuera prohibida por el gobierno de Frondizi. “Ahí pasamos al Tortoni, que es otro de mis cafés históricos. Al fondo había una especie de reservado donde nos reuníamos toda la literatura argentina (hay que incorporar a Ricardo Piglia, a Miguel Briante). Tomábamos mucho café y nos quedábamos hasta que cerraba. El mozo nos odiaba”, recordó Heker. Un día llegó Tejada Gómez desde Mendoza y dijo: “Vengo a embestir Buenos Aires”. Otro día cantó Mercedes Sosa, desconocida en aquel tiempo. De vez en cuando, el pintor Carlos Alonso les regalaba un cuadro que ellos rifaban y así recaudaban fondos para seguir manteniendo la revista. “Personalidades impresionantes estuvieron en esas reuniones. Eran las cosas que pasaban en los ’60”, contextualizó Heker.
En las “reuniones inmensas” del Tortoni, donde se debatía apasionadamente, Heker escuchó cantidades de cuentos y poemas que después fueron fundamentales de la literatura argentina y latinoamericana, de escritores como Roberto Fernández Retamar, Manuel del Cabral, entre otros.
¿Cafés literarios?
“En realidad, ningún café era literario -reflexionó Liliana Heker-. Los escritores íbamos a los cafés, pero no eran literarios. Eran bien de barrio. El Tortoni tenía historia porque había ido Alfonsina Storni. Pero en la época en que nosotros íbamos, éramos unos marginales. Pasábamos horas y no consumíamos nada. Éramos una molestia, y éramos muy pobres todos”.
La calle Corrientes
“Corrientes era como la gran presentación de un libro en donde uno se encontraba con todos sus amigos. Esos cafés eran maravillosos, pero ya no están. Nosotros parábamos en La Comedia, que estaba en Corrientes y Paraná: ahí uno se encontraba con toda la literatura y el teatro argentinos. Cuando la transformaron en una pizzería, nos pasamos en frente al Politeama, pero después lo tiraron también”, recordó con nostalgia Heker. De esos cafés de Corrientes sólo queda La Paz. Allí iban para ver a la gente leyendo El Escarabajo de Oro, la revista que ellos mismos escribían, corregían, diagramaban y distribuían: “Nosotros acabábamos de distribuirla y los lectores ya la estaban comprando”.
La calle Corrientes fue también escenario de una de las anécdotas preferidas de la escritora, que compartió así: “Un domingo me enteré que había ganado la mención única del Concurso de Casa de las Américas. Yo acababa de cumplir 23 años, fue una emoción increíble. El telegrama de Cuba estaba firmado por Haydée Santamaría. Era el premio que añorábamos los escritores y yo me sentía desolada porque no tenía con quién compartirlo, todos los de la revista se habían ido a un campo. Entonces me fui el lunes a la tarde a caminar por Corrientes, sola, y entré a un café que ni siquiera sé cuál era, no era de los que habitábamos. Me senté a una mesa. Mi cara era absolutamente desconocida. Pero un tipo se me acercó y me dijo: ‘¡La felicito!’”. La noticia había salido en La Razón y el hombre la reconoció porque la había visto en un festival de la revista. “Fui a Corrientes con la confianza de que iba a poder celebrar ese premio con alguien y se dio. Eso era Corrientes”, dijo Heker.
La resistencia
Los cafés también sufrieron la violencia de la última dictadura. “El golpe militar fue un hecho pavorosamente histórico que cortó de cuajo esa maravillosa y extraordinaria cultura de los cafés. Más allá de la muerte, de las desapariciones, de las torturas, de todo lo horroroso que conocemos, también cambió nuestra vida cotidiana. Aún para los que no fuimos desaparecidos hubo una especie de muerte”, resumió Liliana Heker. Aquellos encuentros abiertos, aquellas noches de debates y lecturas alrededor de las mesas de los cafés se vieron interrumpidos. “Si diez escritores se reunían en un café a discutir la excelencia de un adjetivo, era muy probable que vinieran las fuerzas parapoliciales y, antes de explicarles lo que era un adjetivo, hubiésemos sido todos desaparecidos”, explicó Heker.
Pero los cafés supieron reinventarse como espacios de resistencia: “Luchábamos por preservar algo de todo lo que había sido arrasado por la dictadura militar”, recordó la escritora. Y procuró homenajear un café que funcionaba como peluquería, sobre Bolívar entre Carlos Calvo y Humberto Primo. En La Peluquería, Heker coordinó en 1981 un ámbito para la narrativa: todos los miércoles se juntaban a leer dos escritores más o menos conocidos y dos nuevos, de los que surgían de los talleres. “Venía muchísima gente y esa posibilidad de discutir fue como aire que se le da a un ahogado”, graficó.
A partir de su apertura en 1982, La Poesía también se convirtió en un sitio donde resistir. “Ahora La Poesía es un lugar de encuentro muy significativo. Está lleno de historia en general y está lleno de historia para mí -dijo la escritora-. Acá viene la gente del barrio a leer el diario y a tomar el café de la mañana, eso lo hace un lugar entrañable”.
Cafés notables
Liliana Heker defendió la idea que todos los cafés son notables y que, además, cada uno puede tener su propio café notable: “Los cafés son lugares mágicos. Son lugares preservados de la idiotez. La gente habla de verdad en los cafés. La gente se toma su tiempo. El que viene a un café a reunirse con otra persona, viene a conversar y a discutir. Y aunque uno llegue solo al café, nunca se siente solo. El café también es un lugar donde se puede escribir: el ruido del café no perturba, es un ruido que acompaña. Y es un lugar que hoy tenemos que defender para que siga en pie, no sólo el café sino la cultura de los cafés”.
FESTEJO NOTABLE
Hasta el domingo 30 de octubre, y para celebrar el Día de los Cafés Porteños, los del grupo Los Notables (Bar El Federal, Café Margot, Bar de Cao, Celta Bar y Café La Poesía) invitan a participar por una cena para dos personas. La consigna será compartir en redes sociales una foto de alguno de los cinco Cafés con el hashtag #MiNotableFavorito. Se elegirá la foto más original de cada Café.