Los cafés porteños se convirtieron en espacios de resistencia durante los años de dictadura.
Los cafés también sufrieron la violencia de la última dictadura. “El golpe militar fue un hecho pavorosamente histórico que cortó de cuajo esa maravillosa y extraordinaria cultura de los cafés. Más allá de la muerte, de las desapariciones, de las torturas, de todo lo horroroso que conocemos, también cambió nuestra vida cotidiana. Aún para los que no fuimos desaparecidos hubo una especie de muerte”, resumió la escritora Liliana Heker en una charla íntima organizada por el grupo cultural Los Notables.
Aquellos encuentros abiertos, aquellas noches de debates y lecturas se vieron interrumpidos. “Si diez escritores se reunían en un café a discutir la excelencia de un adjetivo, era muy probable que vinieran las fuerzas parapoliciales y, antes de explicarles lo que era un adjetivo, hubiésemos sido todos desaparecidos”, explicó Heker.
Pero los cafés supieron reinventarse como espacios de resistencia: “Luchábamos por preservar algo de todo lo que había sido arrasado por la dictadura militar”, recordó la escritora. Y procuró homenajear un café que funcionaba como peluquería, en Bolívar entre Carlos Calvo y Humberto Primo. En La Peluquería, Heker coordinó en 1981 un ámbito para la narrativa donde todos los miércoles se juntaban a leer dos escritores más o menos conocidos y dos nuevos, de los que surgían de los talleres. “Venia muchísima gente y se discutía. Esa posibilidad de discutir fue como aire que se le da a un ahogado”, graficó.
A partir de su apertura en 1982, Café La Poesía también se convirtió en un sitio de resistencia. “Ahora La Poesía es un lugar de encuentro muy significativo. Está lleno de historia en general y está lleno de historia para mí -dijo la escritora-. Acá viene la gente del barrio a leer el diario y tomar el café de la mañana, eso lo hace un lugar entrañable”.
*Fragmento de «Los cafés son lugares mágicos», nota publicada en Exigí Buen Café el 26/10/2016.
Fotos: Los Notables.