Si hay un producto envuelto bajo un velo de misterio, es el café. Leyendas, fábulas o situaciones reales (muy probablemente); desde que fue descubierto en Etiopía cada movimiento que realizó la semilla por el mundo fue protagonista de historias de suspenso y traición.
Muy alejado de cierto romanticismo bucólico claramente en el café siempre se jugó la ficha de su poder económico. Recordemos que es la tercera industria más fuerte del mundo: armas, petróleo y café, cuarta si contamos el narcotráfico. Luego de formar parte de la vegetación nativa de África fueron los musulmanes quienes monopolizaron su difusión.
Hasta el siglo XVII sólo se producía en el mundo árabe que para mantener el control sobre su cultivo, preparación y bebida lo exportaban tostado. Los europeos estaban cada vez más interesados e intentaban plantarlo en sus colonias de clima templado para obtenerlo de una manera más económica. Fueron los holandeses, que ya conocían el negocio de las especias y los tés, quienes llevaron de contrabando el primer cafeto a Europa que se cultivar en secreto en el invernadero del jardín botánico de Amsterdam.
La empresa tuvo éxito y lo plantaron en Sri Lanka, en Java en 1699 y luego en Sumatra. Los holandeses le regalan una planta Luis XIV quien la cultiva en Versailles y sus semillas las exportaron a las Islas Bourbón (de ahí el nombre de la variedad de café). Pero los esfuerzos no quedaron allí porque el capitán francés De Clieu navegó a Martinica, colonia francesa, llevando dos plantas en una caja de cristal que dicen las cuidó tanto que hasta les dio el agua tenía para beber. Llegaron, se adaptaron y las llevaron a la Guayana Francesa.
Si a los franceses les faltaba ponderar algún logro propio también se adjudican categóricamente que esa planta fue la que originó todo el café que existe en América. Y tienen razón. Pero la potestad de su cultivo extensivo fue de Brasil. En 1927, el gobernador del norte brasileño envió al sargento Palheta al territorio vecino , la Guayana Francesa, con el objetivo de hablar de límites fronterizos pero lo cierto es que su misión secreta era llevarse semillas para plantar en Brasil.
El militar fue muy bien recibido en el palacio de Claude D´Orvillers pero estaba en constante vigilancia debido al cuidado por el café. La esposa del anfitrión cayó bajo el embrujo del seductor encanto del visitante y en su cena de despedida Madame D´ Orvillers le entregó un vistoso ramo de flores que llevaba escondido en su interior algunas semillas recién recogidas. Con el desenlace de este capítulo del café el secreto de Yemen fue descubierto en todo el Nuevo Mundo.
Nota de Sabrina Cuculiansky publicada en el diario La Nación.